No importa si salgo como recortada de un estudio de consumidor de Mckinsey, porque si algo hay que reconocer es que la pandemia nos impactó a todos y es cierto que nos hizo retroceder a costumbres que se nos habían hecho “añejas”.
Antes que nada, me declaro, hoy todavía, una neófita en el mundo de la botánica y su prima hermana la jardinería, incluso habiendo nacido en un país como Costa Rica. Lo cierto es que la Pandemia me encontró en casa, con mi familia, y un estatus un tanto desguarnecido en materia de plantas. Teníamos un jardín, claro está, pero no le prestábamos mucha atención.
Mi esposo se ocupaba más de ellas, y fue en cierta medida el encargado de que las plantas siguieran vivas, sobre todo esas que representaban recuerdos, que habían sobrevivido a las mudanzas, “la que tu mamá nos regaló apenas nos mudamos a vivir juntos”.
La pandemia hizo que volviera mi mirada sobre algo simple y real que podía tocar, disfrutar, ver crecer y todo lo contrario a la crisis, la enfermedad, la macroeconomía y tantas otras cosas que no podemos ni controlar, ni tocar, ni mucho menos disfrutar.
Las plantas me reconectaron además con mi familia: con mi madre, en intercambios de macetas y retoños, con mi marido y con mi hija, rediseñando el jardín, cambiando el zacate, trasplantados, instalando una minúscula huerta de donde ya cosechamos la primera ensalada de rúcula.
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Como decía al principio, no importa si parezco sacada de un estudio de consumidores encerrados en cualquier otra parte del planeta, sino haber podido aprovechar la pandemia para volver a lo esencial, para hundir los dedos en la tierra y chequear cada mañana los distintos espacio verdes que hemos venidos recreando. Hablar de plantas, pensar en ellas, cuidarlas.
Así fui ingresando a un mundo nuevo para mí, lleno de detalles que cuidar, sensibilidad y personas con quien compartir, desde la familia a los miles de expertos regados por los viveros de este país, con un tip para cada consulta. Un mundo silencioso, respetuoso, no invasivo, no demandante, un universo en equilibrio biológico que quizás algún experto pueda explicar con más fundamentos, pero que es igual para cualquier mortal que quiera entrar en él.
Quizás sea este el reverso de la gran desconexión en la que estábamos montados en la era pre-covid. Quizás sea algo pasajero, no creo, los estudios también dicen que la mayoría de los cambios de las conductas llegaron para quedarse, desde la aceleración digital a nuestro interés por cultivar o cocinar nuestros alimentos, comportamientos que se están multiplicando en todas nuestras casas, para conectarnos con la esencia de lo que somos.
Esta es mi historia de la conexión con las plantas, un Internet sin spam ni distracciones, una actividad de concentración pura y genuina, por naturaleza. Seguro vos tendrás la tuya.