Mi mamá siempre ha tenido plantas. Cuando era niña en el patio de mi casa había un árbol de cas y más adelante orquídeas, rosales y ahora ya en su etapa de abuela, una mini huerta. De casualidad mi suegra es igual, una amante de las flores, las plantas, el campo, las hierbas, en definitiva la naturaleza. En Morrison, Córdoba, en la pampa argentina, crecen otro tipo de especies pero con igual fuerza que en Moravia, Costa Rica. Yo nunca cuidé una planta. Las únicas flores que me interesaron fueron las que recibí de algún noviecito de adolescencia para pedir perdón, permiso o no quedar mal un día de los enamorados.
Pero cuando me fui a vivir con mi marido, una de las primeras cosas que nos regaló mi mamá fue una planta. Bueno más que un regalo, nos heredó una planta de su jardín. Después de ese helecho, vinieron dracenas, cactus, orquídeas y geraneos. Gracias a Fede, comencé a apreciar su belleza, su función dentro de la casa y lo más importante a dejarse enseñar.
Muchos años después y en un espacio más cómodo, el jardín ahora incluye hierbas medicinales y aromáticas, 1 palmera y más variedad de plantas. Todavía nos acompaña la planta que nos heredó mi madre y las otras que compramos mi marido y yo al inicio de nuestra relación. Hace un tiempo solicité la coordinación del jardín, es decir, estar a cargo de su cuido, mantenimiento y extensión. Sin embargo, el camino a tener lo que yo creo que es un jardín agradable, no ha sido fácil. He regado de más, no he regado lo suficiente, mucho sol o poco sol, he comprado macetas que no sirven, me han atacado gusanos, hongos y tres lagartijas y una auditoría externa por parte de mi madre y mi suegra (la cual aprobé).
Pero sé que he aprendido cuando llego a un vivero y él chico que atiende y yo nos entendemos. No es la misma sabiduría que el de las señoras pero tampoco es la ignoracia de una veinteañera. Es por esto, que quiero compartirles 3 cosas que he aprendido de las plantas, así como de tener y cuidar un jardín.
1. Comprobé la frase: Las relaciones son como las plantas, si no las cuidas se mueren.
Si no nos interesa algo o alguien, se seca y desaparece. Es la ley de la vida. En muchas ocasiones es triste pero inevitable. Pero por el otro lado, si amamos algo y logramos entender, cada cuanto le gusta que le echen agua y cuanta cantidad de sol le hace bien, como una planta, estaremos ante un evento maravilloso en nuestras vidas.
2. Acepté que todas las cosas tienen su tiempo.
Cuando uno compra una cala, un geranio o un anturio, desearía que siempre tuviese flor o que floreciera rápido o cada cierto tiempo. Más en mi caso, donde la impaciencia me acompaña todos los días. A ellas no les importa. Siempre deciden su camino sin que yo pueda controlarlo, como pasa con la mayoría de las cosas en la vida.
3. Empecé a pensar menos en mí.
Cuando un amigo mío se iba a casar, en un curso matrimonial les dejaron la tarea a él y su futura esposa de cuidar una planta entre los dos. Yo no sabía ni que eso se hacía ni que eso servía. Tener un ser vivienda en una casa requiere compromiso. Hay que negociar con el otro, si el cuido está siendo el correcto, si hay que comprarle un compañero, quien riega o quien le hecha abono o fertilizante. Negociar, atender, cuidar, observar, te sacan de ese ensimismamiento en que vivimos la mayoría todos los días.
De igual forma, el aprendizaje continúa. Por ejemplo ahora la cala tiene unos hongos que descubrió mi suegra y tenemos que ver como se los quitamos. ¿Algún consejos o tip?